Charlene Lynette Wittstock, princesa de Mónaco
Cincuenta y cinco años después una novia volvió a bajar las escaleras de mármol del Palacio de los Grimaldi. Pues, tras larga espera los monegascos tienen por fin su nueva princesa: Charlene Lynette Wittstock. La vimos a lo largo de los últimos cinco años en actos oficiales y privados junto al príncipe Alberto y el resto de los miembros del clan Grimaldi; hemos sido testigos de su elegancia y glamour junto a su familia política en cada aparición pública y la vimos ganarse el corazón de los monegascos. Poco a poco, llena el hueco que dejó un día la princesa Grace…
La chica deportista
Desde que el príncipe Alberto de Mónaco la presentara en sociedad como su novia el 2006, la bella Charlene ha ejercido su papel de Primera Dama de manera impecable. Tanto es así que sus conciudadanos siempre han visto con buenos ojos que la sirena de Mónaco ocupara el vació que dejó tras su muerte la adulada y bella princesa Grace.
Charlene captó la atención de la prensa internacional durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín en 2006 por mostrarse cariñosa con Alberto de Mónaco.
“He conocido a muchas personas, pero la única vez que me han temblado las piernas ha sido con el príncipe Alberto. Sabe cómo tratar a una mujer, es educado, encantador. En una palabra, fantástico”, declaró Charlene en 2001.
La nadadora sudafricana, que había sido olímpica y logrado diversas medallas, conoció al príncipe el año 2000, cuando ella participó en un campeonato de natación celebrado en el Principado y donde ganó la medalla de oro en la prueba de 200 metros espalda.
Muy popular en su país por sus triunfos como nadadora y por su belleza, Charlene pertenece a una familia de emigrantes. Su padre, Michael Kenneth Wittstock es ejecutivo de ventas y su madre, Lynette Wittstock, es instructora de natación retirada. A los 12 años, junto a sus dos hermanos varones y sus padres, Charlene abandonó Zimbabwe, donde nació en 1978, y se traslado a Sudáfrica.
Desde muy joven, la atlética rubia, mostró interés por la natación y pronto le acompañaron los éxitos y se convirtió en una figura del deporte en su país.
En 1996, con 18 años, ganó los campeonatos de Sudáfrica; en el año 2000, con motivo de los Juegos Olímpicos de Sidney, se clasificó con su equipo en quinto lugar y en 2002, se llevó tres medallas de oro en la Copa del Mundo y una medalla de plata durante los Juegos de la Commonwealth de Manchester.
Cuando, en enero de 2008, la nadadora anunció que no participaría en los Juegos Olímpicos de Pekín, muchos apuntaron que esta decisión se debía a un futuro anuncio de compromiso con el príncipe de Mónaco. Unos rumores que adquirieron más valor al conocerse que Charlene estaba siendo instruida en la fe católica por el capellán de Palacio, y que se vieron confirmados el 23 de junio de 2010 cuando el soberano monegasco anunció su compromiso con la que había sido su compañera durante casi cuatro años.
De plebeya a princesa
Desde el principio de su relación con el príncipe Alberto, todo el mundo hablaba de la pareja real, algo que Charlene sobrellevó con la mayor prudencia y naturalidad posible, pues era consciente de que convertirse en Primera Dama de Mónaco conllevaría una responsabilidad muy distinta a la que exige ser nadadora olímpica. Después de todo, convertirse en la esposa del soberano monegasco era asumir el mismo papel que hizo de la princesa Grace una leyenda. Y es que Charlene está viviendo un cuento de hadas junto a su príncipe.
Pero, como toda historia con final feliz, la de Alberto y Charlene también ha tenido sus momentos difíciles, pues ella tuvo que renunciar a su carrera profesional por amor y su inmersión dentro de la alta sociedad no ha sido fácil.
“Dejar la natación fue una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar. No estaba emocionalmente preparada para el cambio de vida que eso conllevaba”, dijo Charlene a la publicación Hola.
El deporte ha estado siempre presente en la relación del Señor de Mónaco y la bella Charlene, nombre que quedará para siempre ligado a la historia del deporte como antes quedó, entre otros, el de Silvia de Suecia, quién enamoró al entonces príncipe Carlos Gustavo durante los Juegos de Múnich (1972); o el de Mary Donaldson, que conoció también en “Sydney 2000” al príncipe Federico de Dinamarca.
Pero el deporte no es la única afinidad que Charlene tiene con el soberano monegasco, la unión familiar es otra de ellas. Aunque está lejos de su familia, Charlene los tiene siempre muy presentes. Pero desde ahora tendrá poco tiempo para viajar a casa y para practicar sus aficiones favoritas, como el surf, el senderismo de montaña, la lectura de biografías y de poesías sudafricanas y el arte contemporáneo. Sus principales intereses serán otros ahora que está en un cargo oficial: las causas sociales. Su infancia en África la sensibilizó con los problemas de los niños desfavorecidos de su país; a muchos les dio clases de natación a lo largo de su carrera.
La prensa de África del Sur se refirió a ella “como una joven tan bella como buena que se muestra siempre agradable, sonriente y siempre disponible, particularmente para los niños”.
En los últimos años la nueva princesa de Mónaco se ha comprometido como Presidenta de honor y madrina de varias asociaciones benéficas como la Fundación Nelson Mandela, la Fundación benéfica parlímpica, la Fundación Nacido Libre, así como también ha colaborado habitualmente con obras benéficas como las que lleva a cabo Amfar… El eje de su nueva vida.
La boda real
El día de la boda, el pasado sábado 2 de julio, Charlene se convirtió en princesa consorte de Mónaco y adquirió el título y tratamiento de Su Alteza Serenísima, la princesa de Mónaco, título antes utilizado por la madre del príncipe Alberto II, la fallecida Grace, Princesa de Mónaco. Aparte del título de Princesa de Mónaco, Charlene recibirá los títulos de Marquesa de Baux, Duquesa de Valentinois, Condesa de Carladez, Baronesa de Saint-Lô y ciento once veces Dama. El destino escogido para su viaje de luna de miel es Sudáfrica, su país natal.
Los novios de Mónaco decidieron “compartir con sus conciudadanos y sus visitantes” uno de los días más importantes de su vida. El príncipe Alberto y Charlene Wittstock invitaron a 4.000 personas a su enlace religioso, más del doble que los duques de Cambridge en su reciente matrimonio, que contó con 1.900 invitados en la catedral de Westminster.
Refinada y glamurosa
Letizia de España, Mary de Dinamarca, Máxima de Holanda, Mette-Marit de Noruega y ahora, tras la boda de Guillermo de Inglaterra y Alberto de Mónaco, Catherine Middleton y Charlene Wittstock. Todas ellas son plebeyas convertidas en princesas, con un estilo y belleza envidiable, forman parte de la nueva generación de princesas.
Charlene, de 32 años, tiene un físico que no pasa desapercibido. Alta y esbelta, de hombros anchos y caderas estrechas a consecuencia de sus años como nadadora, la sudafricana sabe muy bien cómo sacarse partido y tiene un estilo clásico, refinado y glamoroso.
Durante el día la futura Charlene viste chaquetas con pantalones anchos con mucha caída. Unas veces las dos piezas son del mismo color y las chaquetas se anudan a la cintura. Otras, Charlene elige prendas de colores que mezclados funcionan muy bien como el blanco y el beige.
Las chaquetas de Charlene son de motivos college y cortes impecables. El azul en todas sus variaciones, el blanco, el beige y el gris son sus colores favoritos. Para la noche, las cenas de gala y demás actos protocolarios nocturnos, la sudafricana elige elegantes vestidos largos de gasa en tonos grises y azul pastel que combinan con sus ojos claros.
Le sientan muy bien los vestidos largos, los escotes asimétricos, el corte sirena y los modelos vaporosos gracias a su silueta estilizada de deportista.
Sus peinados y maquillaje son asimismo discretos. Charlene suele llevar su melena rubia recogida en elegantes moños. Nunca abusa de las joyas y le encantan los pendientes largos de diamantes. Uno de sus diseñadores favoritos es Giorgio Armani, de quien es amiga personal y quién diseñó su vestido de novia.
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